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PROGRAMAS DE SALUD PARA EL 23-J. ¿A QUIÉN VOTAR?

Introducción

Hace 41 años, en octubre de 1982 y ante las elecciones generales que se iban celebrar aquel mes, publiqué un artículo en La Vanguardia de Barcelona bajo el título “Programas de Sanidad, ¿a quién votar?” que tuvo una repercusión notable en los medios profesionales. En él trataba de dar referencias a los votantes sobre cuáles eran los aspectos que deberían buscar en las propuestas de los diversos partidos que concurrían a las elecciones y garantizasen una buena elección entre las distintas ofertas.

Pasar de un modelo de Seguridad Social caduco a uno que apostase por la universalización como derecho de ciudadanía. Crear, acorde a las directrices de Alma Ata, una APS de base poblacional y territorial que no solo atendiese la demanda, sino que pusiese en evidencia la necesidad, que situase al individuo en el marco de la comunidad sin subsumirlo en él y que no se limitase a la asistencia, sino que optase por atención junto a la empresarialización de la atención hospitalaria y dar carta de naturaleza a un modelo federal en la Sanidad, traspasando competencias a las CC. AA., eran mis recomendaciones básicas.

Huía en dichas recomendaciones de los aspectos episódicos y de corto alcance cuyo recorrido acababa el día de los comicios y apostaba por aspectos estructurales de largo recorrido, pactos de Estado que realmente transformasen la realidad. En aquel momento, tras pasar de la dictadura a la democracia, era el momento de los cambios sistémicos y había, pues, que elegir, en mi opinión, a aquellos que se comprometiesen en ponerlos en práctica.

Salvadas las distancias, hoy estamos en otra encrucijada de similar entidad y, por ello, me animo a someter a su consideración qué propuestas para julio de 2023 deberíamos buscar en el ámbito de la salud (aquí ya hay un primer elemento diferencial de calado entre el 1982 y el 2023), que no en el de la Sanidad, para otorgarles su confianza.

La problemática de hoy

La realidad de hoy y pese a su volatilidad, obliga a una sociedad madura a huir de los ciclos electorales de corto alcance y apostar por consensos a largo plazo transformadores de la realidad. Recomiendo, pues, pasar de las ofertas “todo a cien” de unos euros más aquí o allá y de las que hagan de la transformación digital el bálsamo de fierabrás que solucionará todos nuestros problemas, y centrarse en aquellas propuestas que contribuyan a crear respuestas sólidas a problemas estructurales, ofertando consensos para largo plazo, evitando los temas coyunturales y las de corte ideológico, cuyo soporte no va más allá de un tercio de la población.

¿Que deben ofrecerme las propuestas?

Cinco son para mí los referentes básicos, insisto, en el ámbito de la salud, para decidirme a dar mi confianza a una u otra opción política.

1. La primera es la que ofrezca sin demagogia una propuesta seria de reforma de nuestro estado de bienestar, no para liquidarlo, sino para hacerlo socialmente justo, ambicioso y sostenible en el tiempo.

No pueden plantearse cambios en uno de sus componentes sin hacerlo de manera homóloga al resto de prestaciones que conforman el contrato social del Estado con los ciudadanos. Por ello, salud, dependencia, pensiones y prestaciones sociales deben tener un común denominador para responder de forma unívoca a los valores de una sociedad poscapitalista en una lógica de sociedad del bienestar que haga protagonista a las personas y su esfuerzo, potenciando la solidaridad y preservando la equidad para aquellos que, pese a intentarlo, no les sea posible subvenir su propio bienestar, lo que implica un modelo paraguas para todas sus prestaciones ligado a un nuevo equilibrio entre las personas, el mercado y el Estado como garante de la equidad, en el aseguramiento (mercado todo el posible y Estado todo el necesario) mientras que no haga ascos al networking público/privado en la provisión.

La opción que solo oferte sector público demonizando el sector privado o aquella que haga de la privatización la solución a todos los males, no va a contar con mi voto.

2. Si me siguen hablando de salud cuando, en realidad, solo lo hacen de Sanidad, confundiendo la “gimnasia con la magnesia”, vamos mal.

Pasar de Sanidad a Salud implica dar carta de naturaleza a un nuevo concepto de salud (y cuyo compromiso forme parte de todas las políticas públicas) desde una perspectiva holística y compartida, que integre aspectos medioambientales, económicos, sociales y de seguridad en la salud pública de manera realista, siendo la posible a aspirar aquella que sea el resultado del cruce de los riesgos a los que está sujeta la población y los recursos que esta sociedad esté dispuesta a dedicar a ello, contando con la corresponsabilidad de los ciudadanos en sus estilos de vida, ya que la salud, si bien su protección es una obligación colectiva, su derecho es individual.

Ello implica un cambio radical de paradigma con diversas repercusiones como la necesaria revisión e integración en una sola de la Ley General de Sanidad, la de la Dependencia y la General de Salud Pública a partir de los criterios de la human centricity, tratando de asegurar así el continuum salud/autonomía (la Sra. Sanna Marin, primera ministra que lo implantó en Finlandia, nos podría dar un tutorial al respecto), lo que implicaría, además, la conversión de las Consejerías verticales de Sanidad en transversales de Salud.

3. Ni agua a los que pretendan recentralizar y sí escuchar a los que proponen pasar de un modelo “cuasi” federal de Sanidad a uno “confederal” de Salud concordante con una visión de futuro de la arquitectura del Estado de las autonomías, reforzando así el actual modelo federal de gestión con uno confederal en lo tocante a los aspectos regulatorios, la política de salud (Plan de Salud Estatal push-pull con los de las CC. AA.) y la equidad entre territorios y personas, convirtiendo, para ello, de facto el Consejo interterritorial en el verdadero Ministerio de Salud.

4. Seguramente todos hablarán de dedicar más recursos a la salud, pero solo me parecerán confiables aquellos que propugnen dejar de vincular la financiación a la economía cíclica en el marco de la LOFCA y lo sustituyan por uno vinculado a la economía estructural, que tenga en el citado contexto LOFCA un sentido finalista en cada CC. AA. y cuyos importes sean la consecuencia del volumen de población, su patrón epidemiológico, las promesas de valor y, consecuente a ello, la cartera de prestaciones que se precisa para hacer efectivas las citadas promesas de valor con sus consiguientes garantías explícitas en su cumplimiento, acabando así con la sistemática actual de financiación que hace que la salud se financie por los presupuestos… Más un déficit que, de tan repetido, es ya estructural.

5. Respecto a los protagonistas reales del sector, los ciudadanos y los profesionales, me gustaría encontrar respecto los primeros, una opción política que además de hablar de humanización (que debe darse por supuesta en la salud) propusiese colocar a los ciudadanos en el centro no solo como pacientes, sino también como propietarios y como sociedad.

No se trata solo de que sean copartícipes de las decisiones que les afectan cuando son pacientes, respetando su autonomía y mejorando su corresponsabilización y adherencia, sino que deben ser escuchados como sociedad ex ante a la hora de establecer las prioridades y las estrategias de los Planes de Salud en el direccionamiento de los recursos escasos, así como, como propietarios que son, participar en la gobernanza de los dispositivos de provisión.

Aplaudiría también a aquella fuerza política que situase en su verdadera dimensión el tan repetido mantra de que “faltan profesionales” y, en vez de elucubrar cómo podemos “fabricar más”, se preguntase cómo podemos hacer que sus prestaciones sean mas productivas de manera que no solo aumente “su producción”, sino que también esta sea de más calidad en términos de valor y les proporcione una mejor respuesta tanto a su necesidad de autoestima como a su consideración económica y social, a partir de las lecciones aprendidas en la gestión de la pandemia en la cual fueron protagonistas y cuyo protagonismo debe continuar. Tampoco estaría mal que en este contexto se diese el tratamiento que merece a la Enfermería, tanto en lo tocante en su lugar en los equipos asistenciales como a sus competencias y al número de profesionales que se precisan.

Obviamente recomendaría el voto para aquellos valientes que propusieran que el sector público se pudiese gestionar y que, para ello, manteniendo la propiedad pública, esta estuviese sujeta al derecho privado.

También lo haría para aquellos que con sentido común pusieran realismo a las muchas posibilidades de la transformación digital, privilegiando aquellas que afectan al modelo de relación con los pacientes (muy en particular con los crónicos), con el vis a vis como base, y pusieran el acento en sus aportaciones a la mejora de la productividad y el confort de los profesionales y enfocaran la IA en el mejor diagnóstico y tratamiento de las enfermedades raras y poco frecuentes.

Pasada la pandemia sería para mí un plus para aquellos partidos que no se hayan olvidado, una vez que ya es historia, de la Salud Pública y siguiesen urgiendo para que deje de ser “una maría” del sistema, desarrollando su Ley General en la ya menciona filosofía de la human centricity y reforzasen para cuando haya necesidad la gobernabilidad de las alertas ante el egoísmo de las CC. AA.

Puntos malos para aquellos que hablasen de la importancia de basar el sistema en las APS sin reconocer que después de 40 años sin apenas modificaciones precisa de una “reforma de la reforma” que la coloque en pie de igualdad del resto de dispositivos, pues parece que se ha olvidado que la APS no es un nivel asistencial, sino una estrategia, y que su rol debe leerse conjuntamente con “la reinvención del hospital”, que se convierte en líquido dentro de la cadena del valor asistencial, junto a una revisión a fondo del mundo sociosanitario que también debe dejar de ser un nivel y convertirse, cuando precise de soporte residencial, más en un hospi-hogar que en un hospital convencional.

Conclusión

Ya sé que todo lo anterior es difícilmente valorable por los ciudadanos y que lo que realmente importa a estos es que, vivan donde vivan, la APS les atienda en tiempo y forma, que la remisión a los especialistas no sea para “el año de San Blando que Dios sabe cuándo”, que si se precisa una intervención el tiempo de espera sea razonable, que si se tiene derecho a una prestación de dependencia esta llegue antes de que sea demasiado tarde y que los fármacos innovadores sean de uso corriente en tiempo similar al resto de los países de la UE. Y tienen toda la razón, pero para que ello ocurra es necesario avanzar en todo lo anterior, pues, si no es así, difícilmente podrá ser realidad todo aquello que tienen derecho a reclamar.

Sé también que el voto no se decide por los programas, sino por sensaciones y, por esto, no estaría mal que los partidos en vez de lanzarnos una lluvia de propuestas que nadie lee y nadie recuerda, se esforzasen en hacer llegar lo que hay detrás de tanta letra pequeña de manera simple y comprensible, creando una emoción y esperanza alrededor de sus propuestas.

Al final la opción que a mí me motivaría votar por su oferta en el ámbito de la salud sería aquella que me contara la verdad sin demagogias sobre la sostenibilidad real del Estado de Bienestar aquí y ahora y qué hay que hacer para ello, y muy en particular en la salud, me alertase que la salud no es un bien de consumo y que yo soy corresponsable de ella, por lo que cuenta conmigo no para que en un contexto de democracia participativa le de mi voto cada cuatro años, sino que en un modelo de democracia deliberativa yo estuviese en el centro del modelo a lo largo de toda la legislatura.

Quisiera también ver determinación y no solo tactismo en el programa. Ya sé que la actuación del Sr. Macron no es un ejemplo de buscar un pacto de Estado en la reforma de las pensiones, pero sí lo es en olvidarse de la utilización de la calculadora de votos en aquello que cree imprescindible.

Me gustaría que quienes liderasen las ofertas lo hiciesen, como le gusta decir a Manel del Castillo, ejemplo de gestores innovadores, al estilo “jirafa”, que tiene mirada larga pero que (y esto lo añado yo), también mira al suelo para no tropezar. Duerme poco y está atenta al entorno, es tranquila y con buenas relaciones y, sobre todo, tiene un gran corazón.

Si fuese así seguramente hasta podría darles mi voto y me atrevería a recomendarles a ustedes que también lo hicieran.

Francesc Moreu
Socio director de Moreu y Asociados   /   27-06-2023

Font: https://www.fundacionsigno.com

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